En 1993 Miguel dejó para siempre Nueva York. Se había enamorado de los desiertos silenciosos del Sudoeste de Estados Unidos. Conduciendo un pequeño camper hecho a la medida de sus enormes lienzos, Miguel viajó de Manhattan al oeste de Texas en menos de dos días. Su primera parada fue Terlingua, un pueblo fantasma a las afueras del Parque Nacional del Big Bend.
Era un día nublado. Se detuvo al ver unas destartaladas cruces de madera. Era el viejo cementerio del pueblo. Este lugar se convirtió en el primer cuadro de paisajes del desierto. Durante 8 años Miguel y yo viajamos en un camper, buscando el siguiente paisaje perfecto y deteniéndonos a pintar cada vez que lo encontrábamos. Viajamos por los estados de Texas, Arizona, Nuevo México, Colorado y Utah siempre conmovidos y agradecidos por despertar en la magnificencia de la naturaleza.
Miguel pintaba despacio y los constantes cambios en el clima hacían su proceso pictórico aún más lento. Durante el tiempo que permanecimos en el desierto logró terminar 10 paisajes.